De la semilla de lo esencial germina el árbol de la sobriedad
La obra de Carlos Carmona conjuga el verbo imaginar en todos los modos, tiempos y edades del hombre, instalada en un devenir diacrónico y descontextualizado que abarca desde el ayer remoto de la conciencia, hasta el mañana utópico del pensamiento racional. En medio, aparece el totem-significante. Por ejemplo: El violinista virtuoso, acunando la melodía pretérita que duerme suspendida en un triángulo visual metálico, donde el pentagrama sueña con el aire, estableciendo un idilio que terminará engendrando el sonido.
Tan simple y tan perfecto, tan recio y tan bello; tan tosco y tan lírico al mismo tiempo. Las esculturas de Carlos Carmona evocan el trazo de las pinturas neolíticas pertenecientes al Naturalismo Levantino; su magia minimalista y trascendente, donde la creación pura, sin prejuicios ni concesiones a la estética, permite al artista crear sin tener que justificar lo evidente. Así, es la música quien invade nuestros ojos en vez de los oídos. Se puede afirmar que Carlos Carmona ve la música, directamente. Y es preciso tener tatuada una melodía en el alma, para poder escucharla (tal vez rescatarla) mediante la contemplación de esta serie de esculturas. Podría ser música folk, beat, clásica o charleston. Pero son todas las músicas, sin la música. Porque la música ha de aportarla el espectador (su sonido interno) de regreso a sus orígenes, allá cuando la imaginación era una paraíso sin límites, donde emoción, felicidad y libertad constituían la única razón para la existencia armónica, elemental, sin artificio, descarnada y pura. Porque de la semilla de lo esencial, germina el árbol de la sobriedad.