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Genealogía de la intemperie


 

(...) La tensión, como la que se genera cuando el explorador se asoma desafiante al abismo se puede hallar en cada uno de los elementos constitutivos de las obras de Carlos Carmona. Son obras de extrema dureza, condensadamente impenetrables, pero, al mismo tiempo, de una extraña fragilidad. Como si del acero se tratase, Carlos Carmona sumerge una vida al rojo en las aguas heladas que templan la desmesura, ofreciéndonos el espectáculo cristalizado de una desgarradora fuerza vital que profetiza una quiebra interna en cualquier instante.


Las esculturas de Carlos son una obra a la intemperie, al raso, que hablan de la escasa protección del ser en el mundo. El artista indaga ese desamparo esencial en una mirada introspectiva que muestra, casi impúdicamente, el estar y el transitar en el hábitat humano. Hierro y cristal se funden en estructuras que permiten visualizar el interior orgánico de sus cuerpos. Asientos y equipajes de un ser perdido entre el aquí y el allí, entre el antes y el después, y que lamenta su propia inconclusión, pero que reivindica desafiante su existencia (...)


Equipajes inabarcables como la propia biografía, que parecen fruto de la urgencia y el imprevisto, nos muestran, además, el hueco de la falta, de la carencia, el espacio por ocupar, el punto de fuga del tránsito hacia no se sabe dónde. Un tránsito por la ciudad del dinero y la riqueza de los desheredados, por la ciudad de la reunión y el fuego purificador, por la ciudad de la familia (...)

Las obras de Carlos Carmona no dejan indiferente. La rudeza y tosquedad del hierro y la fragilidad del cristal nos lanzan un mensaje de reconocimiento de la levedad y fugacidad del ser que habitamos. Pero, al mismo tiempo, Carlos Carmona encuentra en sus obras el límite fecundo que nos permite dialogar cara a cara con la vida.





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